Usted ya debe haber escuchado el relato de algún profesor que, desconfiado, subió una parte del trabajo de un alumno en un sitio de búsqueda y descubrió que se trataba de plagio. También ya debe haber escuchado que la comunicación digital facilita esta mala conducta de los estudiantes, que, por ser cada vez más perezosos, necesitan ser castigados. Pero este es apenas un lado de una cuestión multifacética, que carece todavía de reflexiones y debates. Un abordaje diferente y provocativo del asunto puede ser encontrado en este libro. Las autoras no definen al plagiador como un ladrón ni consideran que el plagio deba ser criminalizado. De hecho, prefieren analizar lo que acontece en la academia y puede estar en la génesis de tan mal hablado – y desafortunado – comportamiento. Y, así, demuestran la necesidad de una mayor sensibilización para la ética y la integridad académicas. Las autoras no pretenden minimizar el problema del plagio. Por el contrario: hacen críticas mordaces a quién adultera o coloca su propia firma en el trabajo ajeno. La diferencia del libro, sin embargo, es una propuesta de combate al plagio que no se limite a las sanciones y que convide a la reflexión. El objetivo es inquietar a los lectores, estos actores clave que pueden ser mucho más eficientes que cualquier software caza-plagio. “Son ellos [los lectores] quienes dirán si nuestra obra tiene algo de creativo, inédito, original o nuevo. O, simplemente, si vale la pena leerla”, proponen las autoras.
