La deforestación en la selva tropical brasileña se ha acelerado a un ritmo alarmante, poniendo en peligro a los pueblos indígenas del país, que dependen por completo de la tierra para sobrevivir, y también debilitando el papel crucial de la selva tropical en la estabilización del clima global. Según los datos satelitales más recientes, del 1 al 25 de julio de 2019 se destruyeron 1864 km2 de selva amazónica, más del triple que en todo julio de 2018.
Brasil es el hogar de casi 1 millón de indígenas repartidos en 300 tribus, de las cuales unas 100 no han sido contactadas. Envalentonados por la promesa del presidente derechista Jair Bolsonaro de abolir las reservas indígenas y abrir la tierra a la explotación comercial, madereros ilegales, mineros y acaparadores de tierras, a menudo fuertemente armados, se han infiltrado en territorios indígenas protegidos. En el norte del país, por ejemplo, aproximadamente 20 000 buscadores de oro ilegales han ingresado a la reserva Yanomami, una de las áreas indígenas más grandes de Brasil. La minería contamina los ríos con mercurio y limo, erosiona las orillas de los ríos, tala árboles y crea grandes charcos de agua estancada, un caldo de cultivo para los mosquitos. Además, los infiltrados pueden transmitir enfermedades a las que los indígenas tienen poca o ninguna inmunidad.
